Uno de los errores más habituales cometidos en política, ya sea por aquellos que la observan desde la barrera, o por los que la viven desde la arena, es el de confundir la velocidad con el tocino, la de tomar la parte por el todo, el desdibujar las fronteras de lo meramente político con lo estrictamente personal.
Y en ese pandemónium en el que hemos situado el modo en que nos acercamos al hecho político -entendido este como todo acto encaminado al bien común de una sociedad- queda muy poco margen para la serenidad y para la mirada atenta y desprejuiciada. Y esa poca serenidad se ha trasladado a las redes sociales -donde cualquier hijo de vecino se ve con derecho a faltar al respeto a quien se ponga por delante-, a los plenos municipales, a los medios de comunicación, a algunos medios de comunicación. Y lo digo porque parece que es deporte de moda la condena a galeras a algunos políticos de la oposición de los que se cocinan debates, tertulias sobre los mismos, sin dar siquiera oportunidad a los interesados de explicarse. Siendo los tertulianos, en la mayoría de las oportunidades, afines o cuando no, miembros activos, visibles y reconocibles del partido popular.
Observo, no sin estupor, la deriva que en este sentido ha venido aconteciendo en la política municipal desde hace ya demasiado tiempo. Una política municipal, salvo honrosas excepciones, a cara de perro, áspera -que no firme-, errada. Perfectamente olvidable.
En este mandato la cosa no ha mejorado, más bien lo contrario. Todo se toma ya como un asunto personal. Todo es una cuestión de duelo al sol, de intento de zasca permanente, de orejeras para no escuchar los argumentos que no coincidan con lo que uno o los partidos políticos defienden y despojando, o tratando de hacerlo, a quienes practican el noble arte de disentir desde el respeto, de la legitimidad que como elegidos democráticamente por sufragio universal les corresponde.
Desde hace más de 30 años, el partido popular ha gobernado la ciudad con mayorías absolutas. Siete mandatos con ella, una tras otra. Y eso forja el carácter, para bien o para mal. Para mal si no se tiene temple, sabiduría y el sentido de la democracia arraigado en las convicciones propias. El resultado de las primeras cinco mayorías absolutas: un paso por prisión. De las dos últimas mayorías absolutas: dos imputaciones de 11 y 12 años por parte de Anticorrupción.
Tal vez por eso, por esa forma de gobernar y de entender la forma de hacerlo, tras tres décadas en el poder municipal, han interiorizado, no todos, a Dios gracias, que la segunda planta del ayuntamiento les corresponde por herencia, que no es lo mismo que entender que los votos dan legitimidad para gobernar y no para avasallar o para buscar atajos administrativos.
Y la parte que más me preocupa es la clásica dicotomía política amigo-enemigo, que parecen haber desenterrado, si es que alguna vez la desecharon por completo la endogamia del poder político, económico y social torrevejense. El régimen democrático introdujo la novedad, rompedora y liberadora, de considerar que se puede disentir y oponerse al gobierno, sea del signo que sea, sin ser considerado enemigo ni apestado, sino adversario, el que no solo tiene garantizada la posibilidad de discrepar y de oponerse sino también la de alternar pacíficamente en el poder, mediante los procedimientos democráticamente establecidos.
Gobernar es tanto tomar decisiones como saber ceder. Sobre todo saber ceder. Y en el ejercicio de la oposición tan importante como la fiscalización es el sentido de colaborar en beneficio de todos. Todos debemos hacer lo que esté en nuestra mano para que la política sea lugar de encuentro, punto donde hallar el equilibrio y la estabilidad. Mejor nos irá a todos si somos capaces de lograrlo.
Rodolfo Carmona -Concejal del Ayuntamiento de Torrevieja-